miércoles, 20 de junio de 2007

LOS CODIGOS DE LA MILONGA

¿En qué consisten? ¿De dónde vienen? ¿Quién los impuso?

Los códigos de la milonga son normas que regulan el comportamiento social en el salón de baile. Su origen coincide con el nacimiento del tango salón, entre 1912 y 1920. Dependiendo de las circunstancias advertidas durante el baile y las condiciones morales de las épocas, algunos fueron agregándose con el correr de los años mientras otros cayeron en desuso.
El salón de baile es un almacén que reúne gente de distintos extractos sociales, con diferentes edades e intereses; pero en su gran mayoría, con conflictos emocionales no resueltos. Allí es donde los pies virtuosos del bailarín extinguen la timidez de su dueño mientras el pudor de la mujer se maquilla con rimmel y rouge.
Los primeros códigos fueron dados a conocer en 1916 a través del libro de Nicanor Lima: “Método de baile teórico práctico para bailar el ‘Tango Argentino’ de salón.” No obstante, muchos de ellos fueron escritos como parte del proceso de “adecentamiento” que sufrió el tango por esos años. En otras palabras, sobrevivieron los que coincidían con la moral de la época. Desde la postura hasta el comportamiento respondían a los pruritos reinantes de la censura establecida.
Hacia finales de los años ’30 también nos acerca una serie de códigos el profesor Domingo Gaeta, titular de la academia que llevó su nombre, y creador de un curso de baile por correspondencia que le valió la burla de quienes se formaron bailarines en el barrio y llegaron a profesionales de primer nivel. Esta idea, aunque probablemente extraída del profesor Murray de Estados Unidos, dejó al menos una huella para continuar el estudio del tango de salón y sus características.
Muchas de estas reglas, visto está, se moldearon con los años. Fueron transmistidas a las nuevas generaciones, que pasaron por democracias, tiranías y dictaduras, búsquedas de libertades personales e individuales y prejuicios, e influyeron en el contexto del baile.
Desde otro punto de vista, el gran porcentaje de estas normas también tuvo como objetivo salvarguardar la imagen de la mujer, que padeció abusos, se vio obligada a llevar “cuchillo a la liga” y cuyo lugar social en el baile fue relegado por la dominación masculina. Así pues, hubo que encontrar un modo de reintegrarle a la comunidad femenina su reputación, con lo cual se estableció una serie de distancias físicas entre los géneros. Ese respeto se efectivizó a través de una invitación por guiño o cabeceo y el desprendimiento de la pareja al cese de la música, entre otras formas.
El aprendizaje de estos modales fueron capitalizados por el varón. El mismo podía invitar a bailar con un simple ladeo de la cabeza, sin comprometerla, pero también sin comprometerse. Y asimismo recibir el castigo por no seguir el paradigma: no acercarse a la mesa de la mujer, porque de ser rechazado debía retirarse del salón, incapaz de soportar la vergüenza y la mirada judicial de la comunidad.
Normas perdidas, algunas absurdas, otras aggiornadas, lo cierto es que en la actualidad la nueva generación de bailarines las discuten, según sus conocimientos, experiencia de tango, edad, lugar bailable y nivel de profesionalismo. Las opiniones se dividen: ¿Debo respetar sólo los códigos que me convienen y desechar los otros? ¿Debo respetar todos o ninguno?
De la capacidad individual para aceptar la ley –nos guste o no– que permite compartir un mismo espacio, dependerá cada respuesta. Son los mismos problemas que en escala se suscitan en Buenos Aires o en nuestro país todo. “¿Subo al colectivo antes que el primero de la fila?” O peor: “¿Soborno a tal legislador para que primero trate mi asunto?”
En suma, nunca está de más conocer a fondo las leyes que gobiernan el espacio en que convivimos. De todos y cada uno depende que disfrutar en el salón de baile sea más que una elección.

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